De tanta muerte en vida te moriste
con una cruz de angustia sobre el hombro.
César Vallejo, en mi canción te nombro
y en esas piedras de París que ungiste.
Te desterraste en un adiós lluvioso,
un cielo santo de un azul violeta,
sobrellevando el corazón poeta
las manos frías y el gabán rotoso.
Deja ya de morir, inca salvaje,
ven a engrosar la lucha narrativa,
ven a la voz del grito, sensitiva
metralla de talento y mestizaje.
Con lluvia, soledad y tus decesos,
adiéstranos en el dolor de huesos.