No hay abismos insondables entre ella y nosotros.
Ella no está más triste ni más feliz que nosotros.
¿A causa de qué razón, por qué milagro de la existencia,
en nombre de qué dios esta mujer se dedica a su tarea,
hunde sus manos en el agua jabonosa; y sus ojos,
entre las nubes de su sonrisa? ¿Tal vez algún amor oculto?
Da varias vueltas por los contornos de un plato.
Se mira en el espejo de una bandeja de acero inoxidable.
Parece recobrar cenicientas de una vida noble.
Parece que quisiera ser lo que nunca ha existido.
Callada, deja que sus temblores sigan su intuición.
Pretende conquistar la costumbre del júbilo.
Cuánta humilde dignidad forja ese rostro fino, pálido,
esa luz que estalla, esa golondrina en la ventana.
Esa actitud en éxtasis de hacer esmero en las vasijas.
Ese ascenso íntimo que le proporciona su destreza.
Ese impulso total al minucioso infinito de su labor.
Esa cúspide del Yo de trascenderse a sí mismo.
No está más descansada ni más sola que nosotros.
La melancolía no la tortura como a muchos de nosotros.