rodean nuestras risas.
El techo deja ver sus pálidos fantasmas
que acechan nuestros párpados insomnes.
Hace tiempo que nada cambia de lugar,
la memoria no abre su horizonte,
y el silencio se para en los relojes,
en una hora vieja,
donde la oscuridad parece
extender todo su sentido.
Pero a pesar de tanta pérdida,
a cada tanto, todavía
siento el contacto tibio de tu piel
que me incluye en su efluvio,
cuando en la soledad de la noche despierto.
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