El tráfago en la calle
es agobiante,
la lluvia eleva el vaho
del asfalto,
los transeúntes
sostienen sus paraguas
como yelmos contra las flechas
aceradas del cielo.
Nadie es feliz
en la premura de la tarde;
nadie que no posea
la indulgencia a los antojos del clima,
la cancelación inmediata
de todo compromiso,
la sonrisa en el agua,
la complicidad del amor
bajo el paraguas,
el empapado beso
en la parada de autobuses
y un venturoso futuro en el pecho.
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