Hermano caminante,
que paso a paso reconstruyes el
cántaro
roto en pedazos de espejos,
dentro del cual me encuentras siempre
como un sapo dormido:
dime que he vivido para contarlo,
y que nos queda todavía corazón y
vino
para sanarnos las miserias del alma.
Si levantas las piedras,
encontrarás al mesías que habita en
mí
(tal vez en forma de húmeda
serpiente),
el que desea darte un abrazo
de tropa sobreviviente;
y algún día ser reconocido en tus
noches
de paredes aceradas,
en la cruz negra a duras penas
arrastrada por ti.
He aprendido a vivir cada vez más
en la orilla cordial y silenciosa del
amanecer;
he aprendido a casi no morir ya,
burlados los análisis clínicos y
bacteriológicos.
Pero sin tantas ganas, ciertamente,
porque la ola expansiva del misterio
hace temblar el calendario,
y siento mis archivos cerrarse en anarquía.
Mis humanas cadenas se resisten
tintineando ante la sedición de los
recuerdos.
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