Siempre somos ansiosos confidentes
en la noche del lóbrego infinito,
de las penas y rémoras silentes:
aquellas que desgarran en un grito
mudo y que, envenenando nuestras mentes,
fatal nos lleva al hábito del rito.
mientras me apego férreo a mi lanza,
resistiendo el embate del ingrato
demonio que destroza la esperanza.
Mas, pese a su diabólico maltrato,
nunca detiene mi armoniosa danza.
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