La más intacta de las fieras, tú,
inadvertidamente
has perdido tu penetrante olfato;
y por ende, el aroma de las lluvias.
Prófugo el resplandor del rayo,
ante tus ojos reverbera
sin gradación tu panorama.
Ya no eres músculo fibroso
inspirador de desatinos en los valles;
ya no, felino indómito,
el macho conductor de la manada.
Peregrina tu estrella
en las nocturnas soledades;
parado en las colinas, con la noche impasible,
hiendes el cielo con aúllos:
gemidos de perdida majestad.
En el pozo del pecho
tu corazón reclama una oculta caricia,
promesa de triunfantes cicatrices
sobre el mullido pasto del recuerdo.
Exhausto de la vastedad
(muda la voz de los invictos),
llegas hasta los buitres que acechan impacientes.
La laguna se vuelve
el triste abrevadero de tus últimas cazas,
donde sacias tu sed buscando fuerzas
con ese vano instinto de esperanza.
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