Su cuerpo es una montaña
que se desliza
sinuosamente hacia el mar
del deseo.
La miro y la ambiciono.
Busco entusiasmarla con
las anécdotas,
con las osadas noches del
pasado
cuando arriesgábamos su
reputación.
No tenemos prisa por el
futuro.
A cada tanto
vemos una película de Netflix
mientras comemos
palomitas de maíz
y sonreímos ante
cualquier frase chispeante
que nos nace con
naturalidad.
En una de las fachadas de
su sonrisa,
como en un vía crucis del
delirio,
grabo con éxtasis los
ornamentos
de cada pasaje dichoso
vivido,
de cada ícono precioso
que glorifica mi memoria.