Sigo teniendo mi jardín
donde los pájaros
prorrumpen
en bullas de instinto
amoroso,
y donde las arañas se
multiplican libres
ante el largo descuido de
la poda.
Sigue existiendo
solo para plantas perennes,
para raíces duras,
para palmeras de oasis
sufridos.
Mi verdadero ocio vive
en fatigosas búsquedas de
la belleza.
Ya no me impulsa la
policromía
de las flores como antes.
En mi jardín de flores
desteñidas
los aleteos de los
pájaros migrantes
no se detienen para tanto
polen
acumulado en las corolas.
El regocijo ahora
consiste en levantar la
vista
sobre las flores, sobre
las malezas,
hurgando el infinito,
para evitar
la resolana del desánimo.