Si las gotas que caen
son de la lluvia de mi soledad;
entonces, ya no me contengo,
y en un desborde impío
anegaré mis últimas planicies.
¿Quién querría beber en el embalse
de estas aguas salitres?:
¿los pájaros que huyeron del diluvio,
de su silencio?,
¿tú, que estás gritando mi nombre
en tu impotencia de ahogada?
Sólo una súbita sequía
—con aquel sol ardiente nuestro—
logrará evaporar los humedales
de esta angustia,
y devolver con la justicia
de la reparación,
a modo de otra lluvia hacia los cielos,
los prados florecidos, a mi tierra.
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