Ciertamente, la poesía puede ser encarada como una actividad humana de varias maneras, quizás tantas como personas lo practiquen. Desde los que plantean la actividad poética como una recreación del espíritu hasta los que están firmemente comprometidos con la búsqueda del conocimiento de la realidad; y, lo que no escapa a las ondas expansivas de esa búsqueda real: la interioridad del ser.
Escribir poesía como un pasatiempo, como un medio para profundizar las relaciones sociales, o para crearse una especie de miembro de alguna comunidad intelectual, demuestra solo una sospechosa conducta de irresponsabilidad existencial.
Sabemos
que la búsqueda del poema (la creación que se manifiesta fiel a los
principios éticos íntimos), es una búsqueda difícil, sacrificada, casi
como un vía crucis: exige dedicación
comprometida, ya que el poeta adherido a esta forma de visión de la
realidad debe
apelar a los oscuros mecanismos psicológicos, a la hondura de la
sabiduría
filosofal, debe lidiar con el subconsciente tratando de familiarizarse
con los
caprichosos entramados de su peculiar creatividad. Es decir, el poeta
debe
luchar contra vallas metafísicas muy fuertes que le dificultan
enormemente
llegar a la verdad y a la belleza. Así, pues, la
verdadera poesía jamás admitirá que el fin de un poema sea la
posibilidad de un
negocio social, de una comercialización de las ideas (o la imaginación)
por la imagen personal.
Es útil recordar que la poesía es un apostolado, una misión
misteriosa que considera sagrados e inviolables ciertos principios inherentes a
la misma: la lucha contra la superficialidad (o, mejor dicho, contra la
banalidad de propósito), la lucha contra el desaliño (en fondo y forma), y la
lucha contra el hablar por hablar.
Creo que el poema es una herramienta única para acceder al nivel
más profundamente humano del conocimiento. Me arriesgo a plantear que es el
paradigma de la creatividad humana. Sin poesía no existe filosofía; sin
filosofía no existe ciencia ni tecnología. Es decir, no sólo es valioso para el
artista, sino también para todo hombre científico. Por poner un ejemplo:
pensadores como Sigmund Freud han bebido de la poesía para alcanzar los
admirables grados de sus teorías psicológicas.
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