Sigo aguardando, cada
día,
la tregua de mi grito al
final de la tarde;
y con mi tiempo en
amoroso alarde,
la pausa del trajín
verter en la empatía.
Pero el aire se ha vuelto
enrarecido;
y la emoción —un lirio
sin aroma—,
palpita en la carcoma
de un jardín con sus
luces impregnadas de olvido.
Harto de persistir en el
recuerdo
—regar el alma seca con
lluvias del pasado—,
harto estoy de beber en
su pausado
murmullo lo que ansío y
lo que pierdo.
En cada albor me trae las
venturas de atrás,
memoria de la dicha. Nada
más.