Me propongo acallar tu voz
destruyendo tus sucias intenciones.
Te rastrearé en las crujías
secretas de mi espíritu,
pues en uno de esos oscuros
sótanos siempre acechas.
Al destrozar las psíquicas cadenas
y descubrir los pasajes oscuros,
con las virtudes del sabueso,
encontraré la inconfundible
bascosidad de tu rastro.
Deberé descubrir
la maldad de serpiente de tu rostro:
tu taimada sonrisa y tu oblicua mirada.
En evidencia
ante el concierto inapelable
de los innumerables seres que me pueblan,
iré desvinculando tus impíos actos
en el gran auditorio.
Dejarás de arroparme
con la manta del tedio;
y, día a día, despertarme
en la pereza.
Te alimentas
de mi desprecio a las molestas caminatas,
y de mis sentimientos de congoja
ante el haz de centellas que me ciega.
Activas
para socavar los cimientos de mi voluntad.
Realizas comercios viles
con cualquiera de los demonios que me pueblan.
Embaucas a mis ángeles guardianes:
celosos celadores de mis virtudes.
Con ardides maestros
los llevas hasta tu ignota guarida;
y por arte de misterioso engaño,
me los devuelves trasformados
en lobos traidores amenazantes.
Te hallaré, monstruo despreciable.
Memoricé los timbres de tu voz;
y ante la mínima señal
de tu naturaleza tentadora,
apenas emitas sonido alguno,
echaré sobre ti mis redes,
convirtiéndote en el cautivo eterno
en las mazmorras de mi espíritu.
Te hallaré, antes que la noche
te brinde chances de escurrirte;
y, luego de vencer el asco de tocarte,
con la apilada indignación
de tantos angustiosos años,
¡te desollaré, demonio maldito!
Al destrozar las psíquicas cadenas
y descubrir los pasajes oscuros,
con las virtudes del sabueso,
encontraré la inconfundible
bascosidad de tu rastro.
Deberé descubrir
la maldad de serpiente de tu rostro:
tu taimada sonrisa y tu oblicua mirada.
En evidencia
ante el concierto inapelable
de los innumerables seres que me pueblan,
iré desvinculando tus impíos actos
en el gran auditorio.
Dejarás de arroparme
con la manta del tedio;
y, día a día, despertarme
en la pereza.
Te alimentas
de mi desprecio a las molestas caminatas,
y de mis sentimientos de congoja
ante el haz de centellas que me ciega.
Activas
para socavar los cimientos de mi voluntad.
Realizas comercios viles
con cualquiera de los demonios que me pueblan.
Embaucas a mis ángeles guardianes:
celosos celadores de mis virtudes.
Con ardides maestros
los llevas hasta tu ignota guarida;
y por arte de misterioso engaño,
me los devuelves trasformados
en lobos traidores amenazantes.
Te hallaré, monstruo despreciable.
Memoricé los timbres de tu voz;
y ante la mínima señal
de tu naturaleza tentadora,
apenas emitas sonido alguno,
echaré sobre ti mis redes,
convirtiéndote en el cautivo eterno
en las mazmorras de mi espíritu.
Te hallaré, antes que la noche
te brinde chances de escurrirte;
y, luego de vencer el asco de tocarte,
con la apilada indignación
de tantos angustiosos años,
¡te desollaré, demonio maldito!