—tendido en la distancia que devora—,
cuando un ámbito infinito de paz y calma
se presente ante la mirada de mi espíritu,
y mi memoria siga derramando sueños
sobre ese instante donde emigrarán
todas las aves de mi panorama.
Desgranaré en milésima de tiempo
la historia de mi juventud, su cielo constelado,
los recuerdos del corazón: sus incansables fuegos.
Deshabitaré el cuarto del futuro
para arrojar serenamente mis valiosos objetivos
con pasión proyectados.
Soportaré que las palabras muerdan como ratas hambrientas
la carne de mi voz.
Juntaré todo el arresto guardado bajo la alfombra,
y consentiré que las lluvias de mis faltas
forjen mi peor surco.
Aunque mi canto calle bajo la sombra de los cuervos,
ante el destierro irrevocable, viviré la ausencia
en el espejo de la combustión efímera,
en las voces de sus lumbres dormidas.
El destino no excluye y nunca miente;
aunque me haya cantado eurekas y aleluyas,
sé que me sentencia cenizas redentoras
al viento de mi sangre y de mi angustia.
Renunciaré a tiempo a mis ene(a)migos,
evitando presencien mi dolor y mi ruina
(en la nostalgia pensarán que fui mejor de lo que soy,
e incluso me amarán como se ama a los mártires).
Y me iré en el hondo silencio con sus noches largas
que llega luego de una guerra atroz.
que llega luego de una guerra atroz.
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