martes, 3 de septiembre de 2019

Hágase la voz


Conocí a un hombre afable
que un día comenzó a refunfuñar
porque el futuro le quedaba chico
para la gran tarea que le debía al mundo.
¿Quién era el endemoniado profeta?

Pasaba el tiempo
y no lograba revertir su sentimiento:
carecía de exaltación:
se pasaba horas hurgando
en sus bolsillos vacíos.

¿Qué será de su espíritu, de su salud mental,
pues esta noche nuevamente
el insomnio lo envuelve en su vacío,
y el alba no le trae todavía
la lluvia mansa, el cántaro de estrellas
donde beber sus nuevas fantasías?

¿De cuál estratagema
hará uso para encontrar
la puerta al cielo de su infancia,
aquellas risas inocentes del pasado
atascadas en un jardín inolvidable
de la memoria malherida?

¿Regresará a su antigua trasnochada
donde la luna lo mira y lo avergüenza
porque no logra confesar sus emociones?
¿Regresará a la gloria del suplicio,
a la sangre que mana sin tiempo y sin medida?