Conocí a
un hombre afable
que un día
comenzó a refunfuñar
porque el
futuro le quedaba chico
para la
gran tarea que le debía al mundo.
¿Quién era
el endemoniado profeta?
Pasaba el
tiempo
y no
lograba revertir su sentimiento:
carecía de
exaltación:
se pasaba
horas hurgando
en sus
bolsillos vacíos.
¿Qué será
de su espíritu, de su salud mental,
pues esta
noche nuevamente
el
insomnio lo envuelve en su vacío,
y el alba
no le trae todavía
la lluvia
mansa, el cántaro de estrellas
donde
beber sus nuevas fantasías?
¿De cuál
estratagema
hará uso
para encontrar
la puerta
al cielo de su infancia,
aquellas
risas inocentes del pasado
atascadas
en un jardín inolvidable
de la
memoria malherida?
¿Regresará
a su antigua trasnochada
donde la
luna lo mira y lo avergüenza
porque no
logra confesar sus emociones?
¿Regresará
a la gloria del suplicio,
a la
sangre que mana sin tiempo y sin medida?