Nunca estarás conteste,
encadenado a la tendencia
de inmolarte en intrigas
de la corte,
yendo por trochas
insufribles,
con el cric repetido en
las ventanas carcomidas,
comadreando con tediosos
tecnócratas del arte,
al compás de la abulia —sabuesa
de los pasos.
Recuerda que en las
noches todo es júbilo:
las mujeres se aturden de
lúbricas maneras,
sus senos palpitantes de
emoción
acampanados vibran para
tus tímpanos remotos,
sus cuerpos se desnudan
sobre las blancas páginas;
y tú, vampiro de unos
cisnes a tu alcance,
rechazas sus sonrisas
seductoras,
sordo al crujir de sus
deseos,
y en las remotas nubes
persigues espejismos de
utopías.
Nunca podrás librarte de
tus nudos:
las rutas se han poblado
de fantasmas;
tus colegas, de a poco,
cenizas son en urnas del
pasado.
Van perdiendo tus ojos su
arco iris,
el río de la sangre va
dejando de nutrir tu pradera,
y eres el hacedor de los
días hostiles,
atrapado en la inercia de
un avance ilusorio.
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