Las flores últimas del mirto caen en furiosos latidos de la tarde.
Mi mente, donde llueven los espejos de mi rostro,
retienen degolladas gotas que sangran como aterrados crepúsculos,
y riegan los antiguos alelíes de mi infancia
en mi prisión del tiempo.
Tengo sombra de bosques en mi entraña,
una caída aparatosa en mi semblante,
una ración de hambre de las horas,
y unas manos que escriben lluvias en mis insomnios últimos.
Así se bate mi alambrada,
embestida por monstruos que me invento,
mientras amo de espaldas sobre la vida entera,
para esperarme libre
mientras amo de espaldas sobre la vida entera,
para esperarme libre
asesinado por el polvo.
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