miércoles, 6 de marzo de 2024

La voz poética


Ya no quiero charlar
con el hombre que estoy muriendo.
Desconectarme quiero
de la maldita maquinaria de su vida,
donde la lucha exige ser carne de cañón 
del Genocidio existencial.

El amor por el arte de la poesía,
débil recibe hoy la pulsión de la sangre,
la célula renovadora,
el futuro propicio del hambre por la gloria,
el corazón en taquicardia
gozando madrugadas de metáforas sublimes 
y bellos paraísos de verdades.

Bañan sus gemebundas lágrimas
mis más impermeables sentimientos.
Al ala de mi numen deposita
su sangre adulterada,
lo cual me obliga a dializar mi espíritu.

Buscando el corazón la soledad profunda
en la que se debate el digno moribundo,
me acometen, humanitariamente,
ganas de suicidarlo.

Ya no quiero cargar sobre mis tímpanos
la obligación de oír
los difusos monólogos entrecortados
sobre la brevedad de su maltrecha vida.
Que vaya con sus quejas a nutrir
las pálidas paredes de su cuarto.

(¡Ah, qué raudos pasaron
los últimos humanos siglos!
A un fulgor de la historia está Sumeria.
¡Cómo pasan los grandes hombres,
los sabios, los poetas!
"¡Cómo viene la muerte tan callando!"*
Si hasta hemos perdido
la edad de las pirámides.)

Desconectarme quiero, aunque deba admitir
cuán duro de doler para mis versos es
que día a día, irrevocablemente,
se vaya destierrando,
para dejarme solo luchar contra el olvido.



*Del verso de Coplas A La Muerte De Mi Padre, de Jorge Manrique (siglo XV).

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