viernes, 15 de marzo de 2024

La Pizarnik

Eran a veces los crujidos leves
al hojear las páginas
(roces de ramas de una noche invernal);
y otras, una pisada atronadora,
como la de un bisonte sin control
que se le iba encima.
En ambos casos,
siempre ha sido frágil el alma y los sentidos;
y sus nerviosas células 
escapaban de sus lazos eléctricos, 
como cometas de sus constelaciones, 
para sufrir en soledad.

A veces la poeta deseaba
patear el mundo hacia el sin sentido,
cuando escribía 
con pesimismo (viéndose patética),
eso de pintar todos los poemas de un maldito negro,
desde la tapa hasta el contenido.
 
Al entrar en el mundo mágico de poetas amigos, 
en donde le enseñaron, sin dobles intenciones, 
con cariño, a recrear su propia realidad,  
supo que la lectura y la amistad 
no podrían ayudarla por todo el resto de su tiempo,
ya que en el humano calor 
o en los volúmenes nunca hallaría 
la forma de encontrarse viva.

Se suicidó, Alejandra, no por lo leído, no por su entorno, no por amor,
sino por los malditos versos que nunca escribió.

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