Llévate mi cosecha
y déjame tus semillas
transgénicas
para la siembra próxima.
No protesto el interés de
tus préstamos,
pues me sirven de mucho para
pagar las multas
(lo más preocupante es la
capitalización
de intereses sobre los
intereses moratorios).
En la cocina está mi hija
esperando las ganas tuyas
para desnudarse;
a ver si nos mejora
el ADN,
si nos perfecciona
facialmente, si nos blanquea,
si nos paga con gozo la
injusticia.
Señor de las pulseras de platino:
envidio tu vida de vinos
y aceitunas,
tus autos de negocios con
vidrios antibalas,
tu educada manera de
torcerme las tripas.
Espero tus oscuras gafas
pasadas de moda,
algún reloj barato con
radio y despertador,
tus zapatos gastados,
cualquier regalo tecnológico
de las versiones en
desuso, cualquier perfumería.
Déjame el rico aroma de
tu caño de escape
y el sueño con mujeres
enfundadas
en pieles de extinción.
Apodérate de cuanto
codicias (incluso de mi honor).
Cuando te vayas, luego de
sudar
en la parcela del maíz, no
sé qué hacer
para afrontar la queja
solitaria de mi azada.
¿Cómo podré mirar cuán
triste crece en mi mente
la planta exuberante de
la genuflexión?
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