Para encontrar mi voz en
el callado instinto
debo ubicarme al borde
del barranco,
usar potentes
microscopios de la imaginación,
destruir las compuertas
del desorden mental,
de las palabras que hacen
enmudecer los labios
ejerciendo el imperio
sobre el ansioso brío.
No dejar que la muerte ni
la vejez ni el llanto
ni el recuerdo nostálgico
de un deslumbrante amor
formen parte primera de
la génesis.
No rebuscarme nunca en el
cajón donde se guardan
los rudimentos de la
disciplina.
Nunca envalentonarme como
un héroe bélico.
Nunca rechazar a mi niño
que desea jugar conmigo.
Para encontrar el camino
de la cascada
mis pasos deben ser
idealizados y danzantes,
como en un éxodo hacia el
aire húmedo de la belleza,
hacia el agua que caerá
sobre mi piel desnuda
y enfocará la brisa hacia
el torso mojado,
alejado lo más que se
pueda de la melancolía,
del bastardo terror ante
la realidad.
Y seguir las huellas de
los sedientos.
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