Están edificando un muro en nuestra casa:
dividieron ya en dos la zona del vestíbulo.
Y cortaron la sala, mágicamente justos,
fríos, insobornables.
Atravesando la cocina
requirieron la rúbrica de nuestras determinaciones.
Has preferido hostil comodidad,
la afectación que tanto odio,
y nada te importó verme en el lado opuesto;
es decir: decidiste celebrar
la marcha de la construcción.
En el baño quedé sin inodoro.
“Por suerte, nuestro patio es bien grande”, me dije,
pensando en defecar debajo de los mirtos.
mas, ¿de seguro quieres consentir
la construcción del muro pernicioso?
Ellos son ciegos,
padres del equilibrio, de la cautela;
sólo pueden parar la obra
si los dos rechazamos nuestra obstinación.
Te reprocho, te ruego, y tú pareces no escuchar:
el muro te ha tapado los oídos.
“¡Dios mío! Partirán también el dormitorio.
Redujeron el vano de la puerta.
Ochenta centímetros dividido dos.
Se acercan despiadadamente a nuestra cama
¿Qué hago?”
Antes que el muro cierre el nuevo
perímetro, me arrojo a tu sector.
Suplico nuevamente. ¿Qué me importa?
Acepto convivir con la mitad que queda.
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