El poema del
día escrito en un bar
En medio del camino
se ve reverdecer la hierba de los prados distantes;
mi corazón se agita
porque llego al portal de la ciudad
(tantas cosas me han dicho de su locura adormecida,
de su eterna estridencia, sus muertes misteriosas).
En la acera de un bar,
aplastando el periódico
sobre una mosca sin laúd,
bebiendo a sorbos mi café, sin voz...
De entallado vestido, una mujer
con auras de arrogante intimidad
me lleva a errar por su ardorosa alcoba,
disfrazado de lúbrico voyeur.
¡El amor vuelve,
el amor siempre vuelve!
Desde la edad de las cavernas llega su divino poder;
desde la oscura edad del medioevo
nos ofrece su místico deleite;
desde ayer y hasta hoy; desde mañana
y hasta el instante del postrero adiós,
el amor se desnuda, nos muestra su foco creador,
su pura adrenalina.
En la mesa de un bar la joven,
mientras pasa radiante sobre la otra acera,
emana de su encanto femenino
la magia de mi triste poesía.
Mi corazón se abrió,
como pétalos a las mariposas,
y urdí mi plan y engatusé a las musas.
Furiosos galanteos las minaron;
con mi pasión extrema las plasmé,
y hoy se encuentran echadas a mis pies,
a mis desordenadas fantasías.
En la acera de un bar pasan las horas...
Las palabras,
infinitos vocablos —uno más bello que otro—,
las imágenes, los ensueños, las conclusiones, el asombro,
las urgentes e intactas fantasías,
todos los elementos del poema, se acercan dóciles,
como barcos dispuestos
con entusiasmo para la gran pesca.
Libra el viento su amor, su grito humano,
sus mástiles sobre las olas, su luna temblorosa
aprisionada en su vaivén eterno.
¡Y a la hondura del mar! ¡Y a la hondura del mar!
Henchidos de pasión, con pipas humeantes,
regresaremos con el pez más grande.
En la acera de un bar pasa la vida...
Desahuciado estoy porque la muerte
me ha clavado su mofa lacerante.
Ronda siempre que soy feliz
y ello me impide abandonar mi isla.
Me gustan las aceras de los bares
al aire libre de las frías tardes
(algún día me sentaré en París
a beber un café con aguacero).
Humeante en mi lengua,
como un gitano echando cartas,
un soneto sin rimas compondré,
un soneto blanco, mi poema del día:
En medio del camino reflexiono,
mientras se ve reverdecer la hierba
de los distantes prados. Se me agita
el viejo corazón malhumorado,
porque encontré en la vida tantas cosas
deseando engendrarse en poesía,
que a silencios reclaman existencia,
exigiendo los sueños del poeta,
la luz y la porfía, cual aurora
irrumpiendo cansada de la noche,
de espantos de demonios que la acosan.
Traspongo el gran portal de la ciudad,
me siento en un café sobre la acera,
mientras concluyo el verso de este día.