viernes, 12 de marzo de 2021

El vecino

Ya está, vecino, compañero de la vida,
no reviste razón mi odio, nada de combates,
mis cadenas sociales lo has utilizado
para coserme la boca –tu ebriedad se precipita-,
sin alevosía como consuelo,
como una emanación de la ley.

Estás de alguna forma en libertad de protestar,
mientras me ocupo yo en mi oficio de mudo.
Estando en tu casa, el otro día, como de farra,
me has reventado los tímpanos con tu parlante nuevo.
Me has amenazado francamente con los aullidos
de tus canciones mermeladas.

Evidentemente, no quiero responder simétricamente:
escuchar la música a volumen límite,
porque el desquite no lleva a una auténtica reparación.
Saldrás esta noche a girar como la rueda de tu coche,
reclamando algún heroísmo viril,
algún baile de las muchachas al otro lado de la ciudad,
y a la vuelta estaré ya dormido.
No olvides que frecuentemente suceden
terribles accidentes en las calles,
desde donde los medios se nutren con sangre,
amputaciones y profundos comas encefálicos,
todos ellos derivados de alguna maldición.

Colega de la cuadra: ignoro si tienes la razón social;
pero trataré de cambiar mi rutina, mis horarios por ti:
comprendo que, para escapar de estos tiempos hastiados,
necesitas escuchar tu maldita música
o amanecer frente a tu detestable televisor.

Tengo que cerrar mis ventanas,
reponer mis ropas en los percheros,
mis libros en los estantes,
inventar una falsa expectativa para el futuro,
con falsa alegría para seguir en esta casa.

Adquirí un terrible insomnio hace ya meses
donde mido tontamente el paso de las horas,
entiendo penosamente el paso del tiempo,
miro con más detenimiento los rictus de mi rostro,
recreo mentalmente las formas impunes de un asesinato,
cultivo la desafección de lo gregario,
ya no me interesa la vida en comunidad.

¡Mira el hombre eremita en que me has convertido!

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