Hoy detengo mi lengua en la guitarra
acústica,
y una lumbre del tacto inunda el abandono
de mis notas.
Ahora que mi vista es más articulada,
los colores del arcoíris bajan hasta
la emoción de mi cisne.
Tras la puerta de la lasciva diosa de
la magnificencia
me encuentro solo como un caracol,
aunque la esencia de mi búsqueda se
agiganta de tic a tac,
absolutamente descrito en la nube
negra del ave gris.
Se hace polvo mi edad semántica,
y el eco de los verbos viene llegando de los mártires altares.
Que nadie se emborrache mal en este asentamiento,
so pena de ser la soberbia a rastras
hasta el cadalso del ludibrio.
La sinrazón es nuestro mayor bien
común. Hoy por hoy.
Nuestra inclemencia contra el
intríngulis, su buque insignia.
Ya no añoro mi atril ni mi concierto
de clavicordio,
porque soy un pionero que se amamanta
de capelas,
de susurrantes risas gélidas y despeinadas
por el viento de los recuerdos, que
se hinca en la ingle.
No añoro mi voz de falsete sin que
tenga derecho de afonía.
Si me miro al espejo, veo un nudo de
engendros aterrados
que viven lamentándose a causa de mis
arbitrariedades;
y al final, el planeta se detiene un
instante (con permiso
de los cabezas duras que propician
una inercia eterna)
para que yo consiga disipar mis dudas elementales,
y cualquier lugar sea para mí un buen
lugar en el tapujo.
Bien, no ya despropósitos, dejo aquí
mi desnudez léxica,
y me meto en mi cama arropado con mi
edredón de tela cáustica,
a ver si alguien de ustedes viola mi
intimidad
y me prohíba darle el buenas noches a
mi costumbre.
Víctimas del alarde somos en esta noche sin motivo.
Recuerdo una foto cuando al final me
hago niño fuera
de mi aristocrático traje, aunque con
un bonito moño a motas.
Y hoy, tan lejos de aquel mundo donde
el amor jamás se espantaba,
¡qué gran raudal de gatos mentirosos
genera mi lluvia sincera!
¡Basta de tan intrascendentes riñas! ¿Oyeron, mis amores?
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