domingo, 30 de mayo de 2021

Estoy envejeciendo

Entre mensajes de whatsapps y lluvias de emoticones y stickers,
escondido en las redes sociales como el ratón de mi cocina,
aún carnal, con mi libido puesto a motorizarse
gracias a los enormes avances de la ciencia,
manteniendo casi sin razón el lejano deseo de ser rico, famoso,
amado por el gran público (y sobre todo por las mujeres hermosas),
aunque también amanecido en la resaca, en el sin sentido de la realidad,
en la ansiedad de ver llegar al gran justiciero de la geopolítica
descargando su furia sobre los incorregibles aplastadores
de los buenos ideales, de los que luchamos contra los vicios de la codicia;
en una palabra, de los humanistas que embanderamos la honestidad,
entre charlas vagas de café y escuchas de rutinas de amigos y seres queridos,
soportando el desdén de los que miden la gloria con triunfos y fracasos,
el porcentaje de canas, la pelada, el color de los dientes,
como condición sine qua non del derecho a la palabra,
entre pastas al pesto, ñoquis a la arrabiatta, carne asada a la parrilla
con yuca y ensalada de lechuga, apio y rúcula.

En el tiempo el pelo se vuelve blanco y escaso, la frente se ensancha,
y el apetito sexual (otrora gran extintor de incendios)
se hace pirómano solo por ver a Roma en destrucción.
El otoño está pasando con dolorosas bofetadas, pesadamente,
y el jardín está frío, y la vecindad está vacía, y tú
que eres mi equis año, mi última soledad, estás también frío,
y solo la música se halla obstinada buscando amantes jóvenes.
Hoy he visto gatos hambrientos esperando en mi vereda,
y me he sentido feliz al verlos devorar los restos de mala muerte
que juntamos de nuestras irresponsables comilonas.
Cuando yo era joven vivía en mi interior acorazado
por la sensación de verme jefe de un grupo narcotraficante,
un contrabandista senior, un ladrón de Alibabá.
Hoy veo un cielo estrellado con luces titilantes y pájaros
que no desean ya esperar al rezagado del grupo,
un cielo luminoso más allá de mi borrosa visión.
He visto hombres mediocres canturrear sus necedades,
y fachadas barrocas pintarrajeadas con testas griegas;
y en sus paredes interiores, iconografías bajo refranes,
epigramas, proverbios, axiomas y sentencias,
como si la sabiduría se contagiara por el aire.
Hombres mecánicos que nunca desvían la mirada,
que jamás se avergüenzan cuando hablan a través de ellos,
que padecen la enfermedad del escorbuto intelectual,
y sufren como madamas de prostíbulos el aire juvenil,
el derroche de sexo de las putas y sus ausencias de libido.
Tahúres encarcelados por crímenes más horrendos,
desplumados por rateros, ladrones de baratijas,
de ropas mojadas de los alambres, de alimañas viciosas
que siempre se salen con las suyas, pues el vicio apremia.
Mujeres con experiencia en multiplicar orgasmos,
visitando cárceles en busca de maridos, machos sementales
que satisfagan el instinto materno y la ilusión de ser familia.
Un Ulises interior recorre mi memoria, y su misma nostalgia
a Ítaca me envuelve, me presta sus ojos de Cíclope
para observar mi curso en la distancia. Me aferro a las balsas
de mi tímida adolescencia, de mi primer gran e intenso amor,
donde el viento de la vida se hacía remolino en mi esperanza azul.

Estoy envejeciendo, deambulo sin meta por los suburbios
de otros tiempos, observando con tristeza las calles devastadas,
las casas petrificadas como fósiles en rocas sedimentarias,
observando con tristeza la alegría de un niño madrugador
que no pudo vencer la ansiedad de acariciar su regalo nuevo.
Algunos empiezan a construir sus casas y sueñan
con hogares acogedores y un jardín de senderos que se bifurcan,
y amaneceres con pájaros glorificando la existencia,
y un amor inmune a las tentaciones del hastío.
Mi hogar está hecho y pronto a ser deshecho.
¡Oh, muerte, oh divino descanso de mis doloridos recuerdos!
Solo por ti deseo seguir viviendo, agitado en el miedo
de combatir contra tu irrevocable espada, amando más y más
la vida, hundido entre tus labios de poderosa eternidad.
Eres el amor que ya no muere, el reposo de la llama voraz,
el silencio de la cálida vida, la dorada sangre que ennegrece.
Solo por ti deseo seguir viviendo, solo por tu lecho eterno.

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