Oigo los tímidos acordes,
en áspera armonía
combinados,
ascender y bajar en
compases hirientes.
Noto los dedos duros, malheridos
sobre la cuerda indócil,
vertiendo progresiones
imprecisas.
Tenaz, el alma,
lanzándose frenética en
su fe,
desde la cima con la
guitarra pronta,
surca al final —balada en
mi menor—,
la consonancia del
heroico vuelo
en el olvido azul del
gris aprendizaje.