Se demora la noche y recién nace,
como el sendero injusto hasta el olvido,
por donde ingreso sin vituallas suficientes
hasta mi mesa de trabajo,
en soledad,
a martillar sobre la sombra.
Inflama su color,
como los hornos de las fundiciones,
me quema en el semblante,
en el cerebro, en la memoria,
y me quema sobre mis brazos,
sobre mis dedos,
sobre el dolor,
como infinita lucha por refrescar el hierro,
por darle forma,
y siempre contra la fatiga,
el miedo, el agobio, el hastío,
por detrás de mi máscara.
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