¡Oye, Marion!,
ahora que estás muerta:
¿para qué
lado queda mi destino?
Hoy que te añoro,
me descubro extraviado
sin nuestra
estrella de Belén,
con mi
brújula litigando en cada bocacalle,
los cuadros
de la sala
sonriendo
caricaturescos,
mientras al mundo todo
—hoy que te añoro,
hoy que quisiera haberte dado un beso último—
canto el secreto de aquella gran pasión.
hoy que quisiera haberte dado un beso último—
En los años ochenta penetraba la música
en nuestra piel,
y puedo
comentar que fuimos
unos adictos de
todo tiempo al rock.
¡La música
era todo para nosotros!:
recuerdo aquellas melodías
que resbalaban en las noches por tus muslos,
que resbalaban en las noches por tus muslos,
sobre tu
vientre almidonado.
Recuerdo
cómo los altoparlantes
retumbaban en nuestro barrio,
y todos nos
volvíamos
bailarines frenéticos con Elvis, a sabiendas
de que el
sexo lo encontraríamos
debajo de
las madrugadas,
mientras la seducción se
derramaba
sobre
nuestra perpetua juventud.
Nunca sentí el apremio
de sofocar nuestras hogueras
—ni en el recuerdo—;
quiero
decir:
ningún otro arrebato me ha vencido
con la
fuerza que tu desnuda
tibieza me vencía
tibieza me vencía
en las noches de invierno
cuando me
dormía pegado a ti.
Mi inolvidable Marion.
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