Supura la gangrena
del lago pestilente de la carne.
No se le encuentra cura
porque no existen médicos para ello.
¡No sanará jamás!
Los demonios rojizos,
cual cuervos del crepúsculo,
cual hienas aprensivas,
merodean la angustia,
el lento perecer.
¡El vertedero es lugar celeste!
Solo acceden las almas torturadas.
Ahí reinan las negras moscas,
los obesos gusanos
y las voraces alimañas.
Y tú, dios Sol, que bañas
las campiñas con rayos tiernos,
que enciendes de locura
los pétalos del mundo,
que cubres con tu manto verde
la triste soledad de este planeta;
tú, que eres el alma de la vida,
¿por qué tan fétido olor a restos bacanales
emanan de este sitio y no el olor a tierra?
¿En qué conjuro fuiste escarnecido?
¿En qué traición de dioses
se esconden las semillas
que no se hacen ver?
Fantástica quimera de mendigo:
buscar esperanzado
restos de manzanas semipodridas
o mendrugos de pan endurecidos.
¡Ay, Miseria miserable!:
como incurable llaga
reinas sobre la piel del ignorante,
sobre la áspera piel de los mendigos,
sobre la extremidad social.
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