Afuera, la luna empieza a
olvidar su melancolía.
En pocas horas, su cuerpo
será de nuevo polvo invisible,
y yo estaré sentado en mi
antigua camioneta
sufriendo el calor y la
ausencia de mi ser real.
En la aurora se refugian
todos los amantes de la vida,
incluidos tú y yo y las
ranas y los sapos.
Todos semejamos pequeños
bichos de luz,
como valiosas piedrecitas
que pugnan en el magma.
Estoy desperezándome,
luego de dormir sensatamente;
y la voz de la soledad me
dice que no existen los ensueños,
exceptuando las féminas
de mi fantasía,
quienes se alejan del
claror con sus caderas flotantes.
Estoy indefenso en las
puertas del alba. Antes de ir
a trabajar debo matarme.
¡Alguien tiene que vivir por mí!
El amanecer arruina mi
presente: me exige admitir el hábito
que todo el mundo no sé
cómo con indiferencia lo soporta.