domingo, 11 de septiembre de 2011

Lacrimae rerum


                                     
                                         Virgilio: sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt.
                                                                                             A mi hermano Tomás (+)



Dime tu adiós, hermano mío,
en tiesa despedida,
vencidos y fatales
tus silenciosos brazos.

Viajero sin retorno
carente ya de lágrimas y tiempo,
ilusiones vacías en la suerte,
pétalo mudo abandonado al insensible aire.

Tu cuerpo echado —¡ay! — a la noche infinita,
tus ojos cerrados al horizonte,
tus manos cruzadas, inmóviles,
todo tú marmóreo, silencioso, ausente,
privado de la luna y la crisálida,
privado de la risa a carcajadas,
privado ya del tacto y del contacto,
del cálido recreo del amor,
con tu lumbre diluida
y la lluvia dispuesta a deshacer tus huellas.
Rozan tus mejillas los ángeles con el reverso de sus alas,
ponen sus labios sobre tu frente fría,
mientras siento debajo de mi piel
la realidad insobornable

Dime el adiós, compinche,
y déjame tus pares de zapatos.
No rehúses mi remembranza
y dame tiempo para huir de ti secretamente.
No olvides que tu sangre
es un río que corre con rigor
hacia la eternidad.

Déjame recubrir tu rostro amado
y lamentar tu vida con mi vida,
y déjame mirarte en el espejo
de nuestra entonces compañía,
y déjame esperar que la esperanza
me pueble de celestes alamedas
que lleguen hasta el parque
donde juega tu alma peregrina.

Dime el adiós y vete, niño dormido,
antes que la conciencia con mágica elocuencia
decida por las noches presentarse,
antes que el aire adormecido
eleve su cilícica fragancia.

Dime pronto el adiós,
hermano mío,
—que las lágrimas manan de las cosas—,
¡y vete!