Virgilio:
sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt.
A mi hermano Tomás (+)
Dime tu adiós, hermano
mío,
en tiesa despedida,
vencidos y fatales
tus silenciosos brazos.
Viajero sin retorno
carente ya de lágrimas y
tiempo,
ilusiones vacías en la
suerte,
pétalo mudo abandonado al
insensible aire.
Tu cuerpo echado —¡ay! — a
la noche infinita,
tus ojos cerrados al horizonte,
tus manos cruzadas, inmóviles,
todo tú marmóreo,
silencioso, ausente,
privado de la luna y la
crisálida,
privado de la risa a carcajadas,
privado ya del tacto y
del contacto,
del cálido recreo del
amor,
con tu lumbre diluida
y la lluvia dispuesta a deshacer
tus huellas.
Rozan tus mejillas los
ángeles con el reverso de sus alas,
ponen sus labios sobre tu
frente fría,
mientras siento debajo de
mi piel
la realidad insobornable
Dime el adiós, compinche,
y déjame tus pares de
zapatos.
No rehúses mi remembranza
y dame tiempo para huir
de ti secretamente.
No olvides que tu sangre
es un río que corre con rigor
hacia la eternidad.
Déjame recubrir tu rostro
amado
y lamentar tu vida con mi
vida,
y déjame mirarte en el
espejo
de nuestra entonces
compañía,
y déjame esperar que la
esperanza
me pueble de celestes alamedas
que lleguen hasta el
parque
donde juega tu alma
peregrina.
Dime el adiós y vete,
niño dormido,
antes que la conciencia
con mágica elocuencia
decida por las noches
presentarse,
antes que el aire
adormecido
eleve su cilícica fragancia.
Dime pronto el adiós,
hermano mío,
—que las lágrimas manan
de las cosas—,
¡y vete!