de calcinados soles y noches frías,
de lobos hambrientos y serpientes
acechando todo el tiempo
ante mi esperada caída,
ante mi derrumbe humano.
Encuentro mi vieja poltrona
donde podré mitigar
los dolores
de mis cansados pies,
y donde recobraré el hilo
de mis agradables meditaciones
que se producían
antes del sufrido viaje.
Volveré a los charcos del berro,
a las tímidas muchachas que, sin embargo,
sabían disimular sus rubores;
a la edad de mi completa hombría
cuando regalaba placer
sin reclamar nada a cambio.
Volveré a escribir los versos
que me lleven
a recuperar
la maldita dicha que he perdido.
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