En medio de estas cuatro
paredes voy diciendo
(aunque no sé si,
«enlazados vocablos»);
instruido hasta la
médula,
exangüe por la lentitud
de mi caída: benditos versos.
Cuando llega el anochecer
se inicia mi porfiada
lucha contra el odio
a los demonios que esperan
mi cadáver
(¿no sabíais que a veces
creo en Dios:
me brota la esperanza de
encontrarme
mañana con mi padre, con
mi hermano,
con todos los que amé en
esta fugaz aventura?).
A vosotros os digo
—quienes habéis perdido
la ilusión—:
perseguid y encontrad el
camino de los sueños,
la victoria espantosa
donde yacen
los devotos a sus destinos
(enfermedad terrible del
poema).
Atreveos: miradme
en medio de mis cuatro
muros donde digo y me desdigo;
escrutadme detrás de la
entornada puerta,
donde me atrevo a
levantar hasta las nubes
la copa de la eternidad.
Buscadme y observadme.
Así sabréis
que soy una pregunta
lánguida
ya sin respuestas en mi
voluntad.
Buscadme, ahora que mi
mundo
espera todavía su tiempo
de estallar.