Dura fue —destruyó los
sembradíos—,
aquella tempestad
descontrolada.
¿Recuerdas que caían en
cascada
de voces dolorosas
nuestros bríos?
Silenciosa, venciendo desafíos
en el jardín de dicha abandonada,
padecía la rosa deslustrada
la intemperie de nuestros
desvaríos.
Pero hoy, con fosfóricos
colores,
surgen sobre las sábanas
ardores
de un nuevo sentimiento en
honda entrega.
Amor valiente con constancia
ciega
que con su afán expurga
los dolores
y que al rencor en el olvido
anega.