A
Roxanne Aristy
Al
ceder la sequía,
luego
de que las nubes se van precipitando,
me
traes la visión serena de la sed con el canto del viento:
la
certidumbre de encontrar el límite sutil
donde
el hastío da lugar a la emoción;
el
polvo, al agua; la prosa, a la poesía.
Y
entonces puedo componer los versos que te inventan
en
una cita furtiva en la ciudad de Buenos Aires
para
amar la riqueza de tu espíritu y tu cuerpo femenino.
Insoportable
a veces me resulta
(aunque
mantengo leales todos mis sueños de este mundo)
observar
el crimen del tiempo,
vivir
en el silencio obligatorio de la noche vacía,
entregado
a los ásperos recuerdos carentes de ti,
mientras
las rosas de la vida abren sus pétalos hirientes
en
susurros que estremecen.
Estoy
confuso, como quien va encontrando las hebras del olvido
pero
no quiere desprenderse de la lealtad a su recuerdo.
Confuso,
porque quizás un hombre estuvo amándote
cuando
yo desesperaba pensando en conquistarte.
Abandonar
el claustro de tu amor me mejora:
espero
que la luna retorne a difundir su eternidad
sobre
nuestras falsas metas, antes de despertarnos
y
sentir que la soledad se ha callado para siempre.
En
mis visiones trasnochadas recupero la canción
de
los que aman sus cenizas. Y sin saberlo, tú me sonríes.
Fallé
en llegar a ti a su debido tiempo, cuando el mundo bailaba
y
tú visitabas las noches bohemias disfrazada de borracha.
Pero,
¿cómo podía saber yo de tu empatía hacia mi alma?;
¿cómo,
saber del amor que te inspiraba imaginarme?
Yo
solo era un hombre sin figura y sin rostro,
alguien
que para ti no era todavía.
Desde
mi ventana ya no veo coches ni gente;
solo,
un peregrino mendigando
las
vivencias que nunca fueron pero sabe que lo habitan.
¿Has
visto alguna vez caer la lluvia
sobre
la tierra cuarteada en la sequía
y
en la mesa enfriándose el té?
¿Has
oído esa misma lluvia desde tu cama tibia,
mientras
soñabas que alguien, llegando a tu soledad,
ocupaba
ese espacio que tanteabas como una amante ciega?
¡Ah,
si yo pudiese arrancar las pieles del tiempo y encontrarte
con
esa mirada que trasmite la dicha que pude haber disfrutado!
¡Ah,
si yo hubiese disipado la neblina de la calle
que
conducía a tus brazos y a tus charlas mágicas!
¡Ah,
si yo tan solo me hubiera derramado a mi destino!
El
mundo es para los conquistadores, para los locos
que
vierten en hazañas las ansias de sus corazones,
y
yo solo soy el del cuarto solitario, el hombre taciturno.
Hoy
me consuela amarte como a la musa
que
inspiran estos versos en mi corazón vacío.
No
soy lo que hubiera querido ser: el que atravesó océanos
para
acostarse a tu lado con el sosiego de no haberte perdido.
En
tal certeza, ahora puedes saber que no me abruma la sequía
sino
las gotas aceradas de la tempestad que puede caer sobre nosotros.
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