Mis dedos se entumecen en la noche tardía,
encuentro la aceituna
en el fondo del refrigerador,
Pablo escribía bajo el cielo matinal
(recuerdo una fotografía suya
tomada en Isla Negra),
mi cuarto está desierto, aunque yo soy un hombre
que desea morir de pie
frente a la muchedumbre.
Recuerdo poco mis historias aberrantes:
los muertos que dormían a mi lado,
mi casa construida por mí mismo
en largos doce años,
mi ridícula ambición de ser músico
sin poseer oído,
mi más ridícula ambición
de dominar a mi mujer con sexo.
Empiezo a verme como una necrópolis
de tumbas anónimas, y advertir
detalles de ornamentos, ángeles orinando,
altas cruces, cipreses, cofradías de seres nunca vistos.
Días tras días,
meses tras meses,
años tras años,
voy engendrando mundos que jamás viviré.
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