Dadme, piadosas musas, rebeldía
que me libre del déspota insaciable,
del demonio, del monstruo insobornable,
devorador de la virtud del día.
Contemplad mi titánica porfía
de la vida en el éxodo implacable,
batido de avidez infatigable
como un jardín luchando en la sequía.
Os ruego que en el tramo del futuro
anuléis el destierro, el lance duro,
y abráis las puertas de mi enigma humano.
Dadme al final, a un paso del arcano,
ya extinguida mi antorcha y mi fortuna,
como «epitafio la sangrienta luna» .