Sé que estoy
en el callejón sin salida del unicornio azul,
y todo lo
que digo ya lo he dicho cientos de veces.
Esclavo de
una búsqueda tiránica e inmodesta,
y cada obra
que termino me trae una carencia repetida.
Los versos
están empozados y los retoques me saben a ripio,
e incluso la
ironía no logra apuntalar lo perdurable.
Esta
confesión no sólo pretende el perdón del pecado
sino agregar
alguna luz, efervescencia a los instintos.
Pero no hago
otra cosa que intentar la lima de lo antiguo,
enterrando
en el tiempo por capas los poetas de mi Yo.
A veces me
abandona mi orgullosa virtud de orfebre,
y mis arañas
arman miserables entramados de ardides.
Por más que
penetra la claridad en mi escritorio y me invita,
mis pájaros
ya no quieren partir de sus adecuados árboles.
Pierdo el
combate inagotable con las teclas, contra la inercia,
contra el
descuido, contra todo y sobre todo contra mí mismo.
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