Lógicas sensaciones (¿o
acaso absurdas?)
encuentras en las sendas
engañosas
(¿o pertinentes
tránsitos? ¿Despierta
tu conciencia de haberte
equivocado?).
Opacidades de la luna
tenue
en el trayecto suave del
recodo
te brindan entusiasmo; y
al mismo tiempo,
el misterio de más allá
de aquellos serpenteos
te llenan de inquietud,
no por temor de ser asesinado
por hombres o demonios,
sino por entender
que, detrás del misterio
esclarecido,
otro misterio existe, y
otro, y otro,
hasta la eternidad —que
lejos ya se encuentran
de los límites pobres de
tu vida.
No quieres ya seguir en
estas curvas,
siempre tratando de
prever la recta,
pero debes seguir.
La tierra te puede lanzar
su virus;
o una gruesa muchacha, su
canto de sensual sirena;
o un forajido agazapado, su
filoso puñal.
No quieres ya esta
atmósfera vacía,
de sombras, de
crepúsculos que avanzan,
de los fieles fantasmas
de la luna.
No quieres ya la risa del
otoño
tratando de alcanzar la
ternura en el alba.
Pero debes seguir,
seguir, seguir. . .
Es tiempo de infinito,
de pájaros nocturnos en
jardines secretos.
Es tiempo de infinito y
todavía.
Puedes sufrir la
caminata, la fastidiosa caminata,
hasta que los clementes dioses
trunquen tu errónea ilusión
de transitar la senda
verdadera.
Ojalá en tu ventana sea la
luz sobre la luz.
En tanto tú, le pides al
cielo que duerme:
“¡tengan piedad de mí,
vengan en mi socorro,
no me dejen flaquear,
ayúdenme a seguir!”