En vuestro lóbrego
castillo
el olor de la sangre
impregna,
sangre humana gimiendo en
las paredes,
las tallas de alabastro y
las cortinas.
Vuestra piel revestida de
cárdenos radiantes,
¿cuántas doncellas
degolladas precisaron?;
¿cuántas, para llenar la
tina milagrosa?;
¿y cuántas inmersiones
por semana
conservan ese cutis
suave,
esa piel de murciélago
nonato?
Mi adorada condesa:
por una noche de lujuria
en tus recámaras,
permíteme ser cómplice en
tus crímenes.
inocentes y entreguen sus
lozanas vidas
y aumente tu belleza ante
mis ojos
y me regales tu sonrisa
roja.
La oscura noche nos
apaña,
descendamos a las
mazmorras
a elegir las zagalas de
la orgía.
Al desnudo, tu cuerpo
bañado en sangre,
bien vale la protesta de
los párrocos.
Cierra sus ojos,
levanta el cisne de su
cuello y mírame
cuando, acuciado por la
concupiscencia,
con la fría cuchilla le
abra de oreja a oreja
para ti mi desnuda reina
roja.
El cuello hendido sobre
tu blanco pecho
derramará, para la gloria
de toda Transilvania,
el vino de la vida a
borbotones,
el vino del amor, de la
belleza.
El vino de la eterna
juventud.