Hoy es aún mi tiempo, tal vez una de las últimas noches
donde pueda oír un nocturno de Chopín.
Soy un hombre mecánico, con ritmo temporal
en mi estructura osteológica y en la función de mis arterias,
y tan sólo me resta ennoblecer los sucesos errantes de mi
psiquis
por las venas con tufo a sangre accidentada,
a sueños carcomidos por la abulia,
a eternidad sin gloria,
como tristes historias de amor de drogadictos.
Crear frases cordiales para los solitarios,
y ser también como ellos un hombre nocturno
acostumbrado al coro impertinente de los grillos.
No desangrarme más
rastreando las notas de algún violín muerto de amor.
Estoy junto a la vida, amo lo vivido,
cerca de los recuerdos —grandes blanqueadores de mi alma.
Pero pasaron muchas lunas,
y a montones apiño escombros de mi empeño,
y se vuelven los árboles más débiles, como mi madre,
aunque la noche sigue tranquila hacia su lecho helado.
Voy cayendo a la tierra como una semilla con alas,
en búsqueda poética de hundirme en surco fértil,
y un temblor de retoño se extiende por mis ramas,
y cada día saco fuerzas de mis hojas muertas,
del crepúsculo —cofre de mis íntimos secretos.
Y en una de estas noches de brillantes estrellas
descargará el destino su furia sobre mí.
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