viernes, 11 de septiembre de 2015

Oyendo un nocturno de Chopin

Hoy es aún mi tiempo, tal vez una de las últimas noches
donde pueda oír un nocturno de Chopín.

Soy un hombre mecánico, con ritmo temporal
en mi estructura osteológica y en la función de mis arterias,
y tan sólo me resta ennoblecer los sucesos errantes de mi psiquis
por las venas con tufo a sangre accidentada,
a sueños carcomidos por la abulia,
a eternidad sin gloria,
como tristes historias de amor de drogadictos.

Crear frases cordiales para los solitarios,
y ser también como ellos un hombre nocturno
acostumbrado al coro impertinente de los grillos.
No  desangrarme más
rastreando las notas de algún violín muerto de amor.

Estoy junto a la vida, amo lo vivido,
cerca de los recuerdos —grandes blanqueadores de mi alma.
Pero pasaron muchas lunas,
y a montones apiño escombros de mi empeño,  
y se vuelven los árboles más débiles, como mi madre,
aunque la noche sigue tranquila hacia su lecho helado.

Voy cayendo a la tierra como una semilla con alas,
en búsqueda poética de hundirme en surco fértil,
y un temblor de retoño se extiende por mis ramas,
y cada día saco fuerzas de mis hojas muertas,
del crepúsculo —cofre de mis íntimos secretos.

Y en una de estas noches de brillantes estrellas
descargará el destino su furia sobre mí.

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