jueves, 17 de septiembre de 2015

Habitante de raza urbana




Yo sé que pertenezco a la raza urbana,
de innegable prosapia transeúnte, con escasos ensueños
y un corazón entre dos hamburguesas con mostaza.

Amo a la reina del barrio y, en los callejones o debajo
de los viaductos, he tratado de hurtarle su guardado sexo
en el cinturón de castidad del matón de la cuadra.

Voy creciendo con los baches del asfalto,
sin pretensiones mayores que beberme una cerveza
en el bar de la esquina.
Mi padre hizo lo mismo, caray. ¿Quién podrá reponerme
la falta de cariño, te quiero con el alma?

Cuando sea muerto quiero ser mi propia meta.
Me escondo de las burlas callejeras
que buscan mi pescuezo emancipado.

No sé de cual ancestro me viene el entresijo,
la gran facilidad de convertir miseria en felpa,
el grito callejero de un borracho en trino de un jilguero,
el carajo del más fuerte en motivo filosófico,
el aviso de la televisión en un verso rápido,
la luna en un nomeolvides,
las guerras en sonetos con epígrafes,
y el miedo de morir en el mismo sofá que arrellanó mi adolescencia
en un decente matrimonio con cuatro hijos.


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