Caminaba con los ensueños
más miserables de la tierra,
cercado por el total
amarillo,
enceguecido por
fotografías de mujeres desnudas
adheridas con gomas de
mascar sobre mi frente,
y la canción: Ya falta
poco, como el himno de mi alegría.
Jamás pensé que el alegre amarillo de los trigales
pudiera percutir odiosamente
en las paredes.
Jamás se me ocurrió que la
brisa del hombre
buscara detenerse a
dormitar en los rincones viles,
renunciando a los prados
y a las aves.
Nunca había visto un desierto tan óxido en mi vida,
más herrumbroso y solitario
que un cementerio de automóvíles,
más cargado de buitres y
alimañas que una laguna evaporándose,
ni he visto tanta sed
buscando dioses en el limo seco,
ni tanta palidez de duros
amarillos bajo el cielo,
ni tanta ausencia de risa
espontánea.
Todos mis ideales fueron bloqueados por los muros,
y la imaginación embestía
contra el sórdido amarillo,
sangraba en amarillo;
y solo algunas tardes,
bajaba sobre los ávidos ojos
el ocre del crepúsculo
trayendo la esperanza de
otros colores insondables.
Gracias a que vertí toda mi angustia en la cautela,
a que extraje del mismo
cruel vacío la gama del futuro,
y a las dunas por donde
deambuló mi espíritu,
pude conocer las
alternativas de todos los desiertos
y encontrar otras gamas en
este oasis donde hoy vivo.