Del poder que ostentaba orondamente,
malgastando el dinero del erario,
luciendo el oropel de funcionario
hasta en la alcoba de la amante ardiente;
y agraviando a la esposa transigente,
a los amigos desde Pedro a Mario,
pasó de caballero a vil corsario
al acabarse el oro bruscamente.
Sólo le queda hoy la fiel memoria
para ajustar el hilo de su historia
y lamentar el vuelco de la suerte.
Noche tras noche, en senectud beoda,
una taberna sucia le acomoda
frente a la risa helada de la muerte.
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