Hemos visto desatinadas y horrorosas guerras en este mundo, suficientes
amaneceres de campos de batalla infestados de buitres y alimañas,
batallones perdidos cantando canciones de autoestímulo dentro de sus tanques,
hospitales saturados de heridos, de amputados, y cárceles repletas de sombies,
pacifistas desnudándose en las calles de las grandes urbes, repartiendo
sus ingenuos panfletos mojados por las aguas cloacales de las tanquetas,
y amoratados por lluvias de perdigones de goma de la maquinaria represiva.
Hemos visto soldadesca de viciosos sexuales atropellando caseríos enteros, violando
a muchachas que temblaban bajo el aliento a alcohol, tabaco y sudores
de marchas en los desiertos, en las junglas, en las zonas urbanas, y luego sollozando
en una esquinas con sus piernas y vaginas adoloridas y manchadas de semen,
en medio de pensamientos suicidas, algunas intentando colgarse de los dinteles,
saltar de los puentes, agarrarse a cables de alta tensión, clavarse en el pecho,
otras quemarse «a lo bonzo» luego de vomitar el alcohol de los victimarios.
Hemos visto niños famélicos con los rostros desencajados y los ojos saltones,
llorando la eternidad de sus calvarios, corriendo por calles incoherentes,
tosiendo espumas de tanto haber llorado, pidiendo agua y comida a gritos.
Y hemos visto ancianos buscando la muerte en rebeliones que hacían reír
a los victoriosos, y que los mataban cantando sus canciones favoritas,
ancianas que eran violadas por curiosidad de conocer sus reacciones sexuales.
Nos lo hemos repetido tantas veces.
No queremos saber de guerras, nada .
Ni de las patrióticas
ni de las religiosas
ni de las ideológicas
ni de las moralmente correctas
ni de las preventivas
ni de las frente a frente
ni de las subsidiadas.
Y menos aún de las intestinas.
La única guerra que nos gustaría hacer
es la guerra contra las guerras.
No nos vengan con que son guerras defensivas.
No nos arenguen que la guerra es un arte.
No nos catequicen que es un mal necesario.
No queremos oír ni de Dios ni del diablo,
ni del norte ni del sur, ni de oriente ni de occidente.
Todos vienen a matar y a matar y a matar
mientras los medios cuentan los muertos de 1 a 1.000,
y vuelta a contar de 1.001 hasta 2.000, y nuevamente
a empezar, de lunes a lunes: 3.001, 4.000 . . . 10.001 . . .
Corre la sangre sobre el alma inocente de las madres.
Salimos a las calles palpando a ciegas
los cuerpos chamuscados (¿SERÁ MI HIJO?).
¡No nos vengan con explicaciones,
con esa farsa de los efectos colaterales!
La única conclusión que sacamos
es que matan a millones de inocentes que no tienen
por qué morir, y los dejan sin dioses, sin patria y sin familia.
La tierra se llena de tumbas jóvenes, enfrentados
sin pizcas de odio, sin conocerse siquiera entre ellos,
cuerpos jóvenes apilados como sardinas en fosas comunes,
o llevados pomposamente en lujosos ataúdes para ceremonias
que reafirmen el patriotismo para reclutar más jóvenes
orgullosos dispuestos a luchar la guerra eterna hasta la muerte .
Se viene eternizando siglo a siglo. Ya van milenios.
Nadie consigue pararlas, ni las iglesias, ni las ongs,
ni el miedo al exterminio, ni los gritos de dolor,
ni los bombardeos indiscriminados, ni los cadáveres
convertidos en santos, ni los tullidos que regresan a sus casas.
Nada los escarmienta: ni las protestas mudas de los rencorosos.
Ni siquiera deseamos estar en el carro de los vencedores.
Sentimos ganas de defecar sobre todos
los que día y noche piensan en tácticas de guerra,
sin escrúpulos, sin respetar vida y hacienda.
Nos dan ganas de mear en sus zapatos,
de ponerles bigotes y cuernos a sus cínicas expresiones.
Abastecen con devastaciones sus codicias.
¿Cuándo se cansarán de destruir poblados enteros
para detener el progreso del país soberano y rebelde?
¡Llévense de acá sus enfermas belicosidades!
Dejen de lavar cerebros de soldados con drogas alucinantes,
falsas ambiciones de heroísmo y falso amor por la bandera.
Si guardan algo de humanidad, mátense entre ustedes,
aniquilen sus vicios con sus propias sangres, ¡carajo!
No queremos saber de conquistas, de pillajes, de medallas,
de cargos en gobiernos coloniales, de privilegios imperialistas,
de fiestas, de bailes sobre alfombras manchadas de sangre.
No nos ofrezcan un contrato de mercenario, ¡por Dios!
No queremos saber de lujos ni de mujeres de embajadas.
¿Qué mal hicimos a nuestros libros sagrados?
Existe un espacio infinito que conquistar en el cosmos
y nosotros, los seres civilizados, perdiendo tiempo en matarnos.
Tenemos el derecho de buscar y encontrar una fuerza mayor
que termine con esta locura de sangre y fuego.
¿Acaso somos los pobres idealistas, los que niegan la realidad?
¿Acaso debemos entender que el mundo fue diseñado
para guerrear, para curar la ansiedad del hombre con batallas cruentas?
¿Pero, acaso están luchando por el hombre? ¿Les importa el hombre?
Claro que lo entendemos, pero no para destruir hospitales,
para ensangrentar niños en brazos de sus padres desconsolados.
¿Acaso estamos más locos que ustedes, sin derecho a estarlo?
¿Oyeron dictadores, falsos estadistas, agitadores hipócritas,
morbosos y letales ajedrecistas de la muerte?
¿Vieron por televisión las imágenes retorcidas y las muecas
congeladas de soldados muertos bajo una lluvia de polvo?
Ya no seremos los ingenuos padres de familia que trabajan
deslomándose para pagar impuestos que pagarán las guerras.
Ahora seremos lo contrario de lo que pretenden de nosotros.
Nuestra rebelión será una bomba verdadera que traerá
la paz explosiva. Una bomba llamada «Conciencia».
¡Empezaremos a tomar conciencia! ¡Conciencia, camaradas!
Empezaremos a cantar «Imagine» todos los días porque
es la guerra contra las guerras.
No nos vengan con que son guerras defensivas.
No nos arenguen que la guerra es un arte.
No nos catequicen que es un mal necesario.
No queremos oír ni de Dios ni del diablo,
ni del norte ni del sur, ni de oriente ni de occidente.
Todos vienen a matar y a matar y a matar
mientras los medios cuentan los muertos de 1 a 1.000,
y vuelta a contar de 1.001 hasta 2.000, y nuevamente
a empezar, de lunes a lunes: 3.001, 4.000 . . . 10.001 . . .
Corre la sangre sobre el alma inocente de las madres.
Salimos a las calles palpando a ciegas
los cuerpos chamuscados (¿SERÁ MI HIJO?).
¡No nos vengan con explicaciones,
con esa farsa de los efectos colaterales!
La única conclusión que sacamos
es que matan a millones de inocentes que no tienen
por qué morir, y los dejan sin dioses, sin patria y sin familia.
La tierra se llena de tumbas jóvenes, enfrentados
sin pizcas de odio, sin conocerse siquiera entre ellos,
cuerpos jóvenes apilados como sardinas en fosas comunes,
o llevados pomposamente en lujosos ataúdes para ceremonias
que reafirmen el patriotismo para reclutar más jóvenes
orgullosos dispuestos a luchar la guerra eterna hasta la muerte .
Se viene eternizando siglo a siglo. Ya van milenios.
Nadie consigue pararlas, ni las iglesias, ni las ongs,
ni el miedo al exterminio, ni los gritos de dolor,
ni los bombardeos indiscriminados, ni los cadáveres
convertidos en santos, ni los tullidos que regresan a sus casas.
Nada los escarmienta: ni las protestas mudas de los rencorosos.
Ni siquiera deseamos estar en el carro de los vencedores.
Sentimos ganas de defecar sobre todos
los que día y noche piensan en tácticas de guerra,
sin escrúpulos, sin respetar vida y hacienda.
Nos dan ganas de mear en sus zapatos,
de ponerles bigotes y cuernos a sus cínicas expresiones.
Abastecen con devastaciones sus codicias.
¿Cuándo se cansarán de destruir poblados enteros
para detener el progreso del país soberano y rebelde?
¡Llévense de acá sus enfermas belicosidades!
Dejen de lavar cerebros de soldados con drogas alucinantes,
falsas ambiciones de heroísmo y falso amor por la bandera.
Si guardan algo de humanidad, mátense entre ustedes,
aniquilen sus vicios con sus propias sangres, ¡carajo!
No queremos saber de conquistas, de pillajes, de medallas,
de cargos en gobiernos coloniales, de privilegios imperialistas,
de fiestas, de bailes sobre alfombras manchadas de sangre.
No nos ofrezcan un contrato de mercenario, ¡por Dios!
No queremos saber de lujos ni de mujeres de embajadas.
¿Qué mal hicimos a nuestros libros sagrados?
Existe un espacio infinito que conquistar en el cosmos
y nosotros, los seres civilizados, perdiendo tiempo en matarnos.
Tenemos el derecho de buscar y encontrar una fuerza mayor
que termine con esta locura de sangre y fuego.
¿Acaso somos los pobres idealistas, los que niegan la realidad?
¿Acaso debemos entender que el mundo fue diseñado
para guerrear, para curar la ansiedad del hombre con batallas cruentas?
¿Pero, acaso están luchando por el hombre? ¿Les importa el hombre?
Claro que lo entendemos, pero no para destruir hospitales,
para ensangrentar niños en brazos de sus padres desconsolados.
¿Acaso estamos más locos que ustedes, sin derecho a estarlo?
¿Oyeron dictadores, falsos estadistas, agitadores hipócritas,
morbosos y letales ajedrecistas de la muerte?
¿Vieron por televisión las imágenes retorcidas y las muecas
congeladas de soldados muertos bajo una lluvia de polvo?
Ya no seremos los ingenuos padres de familia que trabajan
deslomándose para pagar impuestos que pagarán las guerras.
Ahora seremos lo contrario de lo que pretenden de nosotros.
Nuestra rebelión será una bomba verdadera que traerá
la paz explosiva. Una bomba llamada «Conciencia».
¡Empezaremos a tomar conciencia! ¡Conciencia, camaradas!
Empezaremos a cantar «Imagine» todos los días porque
estando asustados nos sentimos terriblemente encolerizados.
¡Basta ya de mozalbetes en avanzadas aterrorizados por el peligro,
padres de familia reclinados en sus viejos sofás, llorando y rezando
por ver a sus muchachos volver sanos y salvos de la masacre!
¡Basta ya de sanguinarios que calculan las cantidades de muertes
necesarias para acceder a la victoria, y sonríen contentos
cuando las sumas se ajustan a la tolerancia de los medios!
¡Basta de abrir manicomios y sanatorios para excombatientes
que sufren alucinaciones o terribles secuelas postraumáticas crónicas!
Váyanse al diablo sin nosotros, los pacifistas,
todos juntos abrazados en el barro, en la muerte.
Todos juntos háganse compañía en el infierno.
Déjennos en paz de una buena vez por todas
para que podamos vivir y morir sin sus crímenes,
con la tierra y el mar y el cielo y las estaciones
en perfecta armonía con el futuro del hombre.
Por la irresponsable locura de ustedes, los psicópatas,
hoy nos sentimos decepcionados de la civilización.
¡Basta ya de mozalbetes en avanzadas aterrorizados por el peligro,
padres de familia reclinados en sus viejos sofás, llorando y rezando
por ver a sus muchachos volver sanos y salvos de la masacre!
¡Basta ya de sanguinarios que calculan las cantidades de muertes
necesarias para acceder a la victoria, y sonríen contentos
cuando las sumas se ajustan a la tolerancia de los medios!
¡Basta de abrir manicomios y sanatorios para excombatientes
que sufren alucinaciones o terribles secuelas postraumáticas crónicas!
Váyanse al diablo sin nosotros, los pacifistas,
todos juntos abrazados en el barro, en la muerte.
Todos juntos háganse compañía en el infierno.
Déjennos en paz de una buena vez por todas
para que podamos vivir y morir sin sus crímenes,
con la tierra y el mar y el cielo y las estaciones
en perfecta armonía con el futuro del hombre.
Por la irresponsable locura de ustedes, los psicópatas,
hoy nos sentimos decepcionados de la civilización.
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