Conozcamos
el reino sin edad,
soñemos
en una intrincada singladura
de
cartas marinas complejas,
con
el norte marino muy distante,
dejando
estelas de ultramar,
donde
rijan en las constelaciones
irrebatibles
cábalas de nuestro curso.
Se
regirá la náutica
por
el soplo de nuestros días,
con
las brújulas
de
nuestros cuerpos ateridos,
como
barcos piratas:
libre
de la voluntad de los muelles.
Del
entendimiento del mar,
de
la verdad alegre de las olas,
forjará
nuestro buque su acompasado rumbo
—bajo
la luna del recuerdo
y
la dureza de su quilla—,
hacia
la búsqueda cabal de nuestros límites.
No
pediremos a nuestro corazón
latir
con los efluvios de la eternidad,
ni
que almacene los murmullos
de
las futuras islas.
No
pediremos tregua ni quietud
ni
pájaros dormidos.
Al
corazón tan solo exigiremos
la
melodía de su música de sangre.
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