Ayer te sometía duro el
frío,
celebrando con ráfagas su
imperio,
y en la infame opresión
del cautiverio
envolvía el cristal de tu
albedrío.
Cuando el viento ululaba en el hastío,
yacía en tu pagano monasterio
y en la tenue armonía del
misterio
de tu manual agnóstico el
estío.
Mas hoy, en el jardín,
porque la cala
en el invierno expira, y
la tristeza
unta de pardos su lechosa
gala,
del sol imploras sus
verdores cálidos,
aunque irrumpan insectos
y maleza
y tu añoranza por los
días pálidos.