Me llama en
este día del otoño
el umbral
del invierno,
el ocre
alijo de los árboles,
su lucha
por beber las últimas estrías de la luz.
Veo la excomunión de la quimera,
las hojas
que comienzan a temblar en el crepúsculo,
la cosecha
faltante,
los frutos
que quisieran ser raíces,
y un pájaro
que acecha en la garganta
—perdido de
buscar la melodía—
a punto de emprender
la emigración.
Me retan,
quieren sonsacar mi grito,
pero flota
en el aire el aroma potente
de un
mágico silencio —la inmóvil plenitud—
que me pide callar a gritos
el gélido futuro.
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