La noche va cayendo
lentamente
en el frío estupor de la
alborada.
Soy el insomne de la
sombra alada,
la aguja del reloj
omnipotente,
el río hacia el océano
infalible,
la distancia que en cada
atroz segundo
se acorta, y nos recuerda
cómo el mundo
se vuelve cada vez más
intangible.
Con presteza el hogar
calcina el leño
mientras espera su final
ceniza.
La conciencia, a pesar de
todo empeño,
no logra desprenderse ni
un instante
de padecer el fuego que
agoniza
en el humo de un pánico
incesante.